La revolución del botillo
Hablar del botillo es hablar de la revolución de los humildes. El botillo es la mejor prueba de que otro mundo es posible. De que entre los despojos de la opulencia se esconde el manjar sabroso de la libertad. El botillo es hijo del hambre y de la imaginación. Nace de los huesos que no servían para otra cosa y del rabo casi inútil del cerdo. Con ingredientes tan pobres alegraba la sombría soledad del caldo huérfano y permitía aguzar la inteligencia de los dientes en busca de una hebra que engañase al estómago.Así, sigilosamente como la revuelta muda y constante de los proletarios, el botillo se fue convirtiendo en un arma cargada de futuro. El trabajo y la fe engrosaron la carne que abrazaba al hueso. Aquel embutido de cocinas pobres pero irredentas acabó por convertirse en un acorazado contra el capitalismo voraz y vulgar de los que nunca sudaron para llenar el plato. Llegó a ser una granada de mano sobre la mesa, un torpedo en la línea de flotación de los estómagos pijos y almibarados. Se quedó a un paso de conquistar el mundo a base de pimentón, hebra e ideas luminosas. Pero su digestión pesada amenaza los cimientos revolucionarios como la falsa conciencia de los traidores. Poco a poco, la maquinaria gris y funcionarial de los capitostes ha querido adueñarse del botillo. El manjar popular nacido para saborear con boina, corazón abierto y mesa de hermandad ha acabado entre relojes de oro, trajes de domingo falso y lenguas dobles.Pero el propio embutido se resiste a dar la espalda a su origen humilde y obrero. Y así, cuando un cuchillo falso y poco hábil le embiste con torpeza, escupe su sangre roja y rebelde sobre las solapas de traje y las estolas de visón. Porque el botillo aún no olvida que nació para iniciar revolución.