Julio Mauríz colabora en el blog literario de disten con uno de sus espléndidos relatos. ¿Quieres paricipar tu?
Julio Mauríz
Él sabía que aquella no iba a ser una noche de rosas, mucho menos cuando por los altavoces de los comercios sonaran familiares los sones y panderetas de villancicos. Era ya muy tarde para revertir la situación y volver a ilusionarse lo mismo que cuando era un chiquilín. Y es que Elías Caridad, aunque al principio con un poco de prevención y una miaja de curiosidad, se había ido profesionalizando en la compleja escuela del vagabundeo, acaso por despecho y rebeldía hacia su familia de naranjeros valencianos de Carcaixent, que a la fuerza lo querían domesticar para el futuro como uno más de los exportadores de cítricos, justo para cuando ellos faltasen. Se había ido a Madrid con dieciocho años a descubrir la libertad, a empaparse de diversión, a conocer nuevas amistades; después de otras Navidades felices, cuando el aroma a pavo, las deliciosas trufas y la inevitable naranja en almíbar, se iban alejando poquito a poco con los golpes difuminados de zambomba. De eso hacía ahora el cuarto de siglo, un enorme lapso durante el cual había perdido todo contacto con sus progenitores y cualquier vestigio de Navidad familiar.
Él sabía que aquella no iba a ser una noche de rosas, mucho menos cuando por los altavoces de los comercios sonaran familiares los sones y panderetas de villancicos. Era ya muy tarde para revertir la situación y volver a ilusionarse lo mismo que cuando era un chiquilín. Y es que Elías Caridad, aunque al principio con un poco de prevención y una miaja de curiosidad, se había ido profesionalizando en la compleja escuela del vagabundeo, acaso por despecho y rebeldía hacia su familia de naranjeros valencianos de Carcaixent, que a la fuerza lo querían domesticar para el futuro como uno más de los exportadores de cítricos, justo para cuando ellos faltasen. Se había ido a Madrid con dieciocho años a descubrir la libertad, a empaparse de diversión, a conocer nuevas amistades; después de otras Navidades felices, cuando el aroma a pavo, las deliciosas trufas y la inevitable naranja en almíbar, se iban alejando poquito a poco con los golpes difuminados de zambomba. De eso hacía ahora el cuarto de siglo, un enorme lapso durante el cual había perdido todo contacto con sus progenitores y cualquier vestigio de Navidad familiar.