“Esta tarde hay clase. El que no venga y se disfrace o vaya al baile estará en pecado mortal”. por garciaberciano/El mensaje de las monjas era claro y contundente. De hecho, yo salía siempre del colegio con el alma encogida por aquella amenaza que, pese a repetirse año tras año, nadie atendía. Camino de casa, mi interior se debatía entre la advertencia eclesiástica y la satisfacción de disfrutar de una tarde sin clase, con desfile de “Mascaritas” por la Plaza y visita incluida al “baile infantil de Carnaval” en “El Mercantil”.
La Villa se daba, tal día como hoy, un respiro en el largo y crudo invierno. Durante las semanas anteriores no se hablaba de otra cosa. Los preparativos del Carnaval se envolvían siempre en un halo de misterio. Los operarios de la Sastrería Lisardo eran, para mí, el mejor termómetro: ante mi insistente pregunta a todos ellos para que me dijesen de qué se iban a disfrazar ese año, todos ponían “cara de póker” y se acumulaban las mentiras o medias verdades: “no sé todavía”;… “yo este año no me disfrazo”;… “¿para qué lo quieres saber?”...
Sea como fuere, lo que sí observaba es que, en los días anteriores, muchos de ellos se quedaban a coser o planchar, fuera de su habitual horario laboral, prendas y ropajes que no veía el resto del año por la sastrería…. Y es que, amigos míos, en contra de los rigores sociales al uso marcados por el Régimen de aquella época, Villafranca (creo haberlo contado ya alguna vez) era una de las escasas poblaciones españolas donde el Gobernador Civil permitía a sus gentes ir completamente enmascaradas en Carnaval. Eso le daba un aliciente especial a la fiesta. No ser reconocido era una de las premisas y principal objetivo de cualquier disfrazado.
El martes de Carnaval era una “semi-fiesta” no declarada en la Villa. Tiendas y comercios funcionaban a medio gas y, más pronto que tarde, echaban el cierre para ir llenando de colorido La Plaza…. Desde las cinco, los protagonistas éramos los niños… la noche era territorio exclusivo de los mayores. Los dos focos principales focos de atención eran, además de la calle, los bailes de disfraces de “El Mercantil” y “El Casino”. Buenas orquestas, mucho ambiente festivo, “confeti” a mansalva, máscaras de cartón compradas en la imprenta Nieto y disfraces, multitud de disfraces –unos más elaborados, otros hechos sobre la marcha con lo primero que caía a mano-… todo valía para una población que, desde siempre, ha vivido el Martes de Carnaval como una de las fiestas grandes del año.
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