por garciaberciano/Aquella noche me fue imposible conciliar el sueño. Era un auténtico manojo de nervios. Ya de madrugada, oía pasar las horas en el reloj de San Francisco sin que la excitación me abandonase ni un instante. En la cama, daba vueltas y vueltas sin que el sueño me acogiese en su manto. Fue una de las primeras veces en mi vida que vi como las primeras luces del amanecer inundaban lentamente mi habitación anunciando el nuevo día.
El motivo de tanto nerviosismo había comenzado la tarde anterior cuando, recién llegado del colegio, mi madre me espetó a bocajarro:
-Mañana iremos a Toral porque tu hermano viene de excursión desde León con el colegio para visitar la fábrica de Cosmos y vamos a ir a verlo en el tren de la mañana.UN TREN PARA EL RECUERDO.
Siempre me han fascinado los trenes. Desde muy pequeño, la carta a los Reyes Magos incluía una reiterada petición: “un tren”. Cuando, después de varios años lo logré, el tren de cuerda y hojalata (una máquina de color amarillo, dos vagones de color azul y unos raíles en círculo) fue el juguete inseparable e insuperable de mi infancia, fallecido creo que prematuramente por el uso (¿o abuso?) de su mecanismo.
Bajar a la Estación era toda una excursión. Calle del Agua adelante y tras la Rúa Nueva, el convento de la Anunciada, la fábrica de Ledo y el Matadero se llegaba al, en aquél momento, inexistente cruce maldito del futuro Venecia ya que la
“carretera nacional” todavía seguía pasando por la Plaza.
[+ en retratos de una época]