“Cielo de junio, limpio como ninguno”SOL Y CEREZASAl amanecer, el sonido de las golondrinas en vuelo indicaba que el
calendario nos conducía ya, de forma inexorable, hacia el verano. El crudo y destemplado invierno comenzaba a ser ya un recuerdo que la memoria iba aparcando en un rincón. Los días eran cada vez más largos y el sol, el tan querido sol por todos los habitantes de la Villa, hacía olvidar los días de lluvia, de humedad, de heladas, los días cortos y noches largas que aletargaban el alma…
Junio, el inicio del mes de junio, era el pistoletazo de salida de un tiempo nuevo: el tiempo del sol y las cerezas.
La naturaleza, adormecida durante meses, se vestía nuevamente de gala para darnos a entender que su esplendor estaba ya en puertas. La vida de la Villa ya no se circunscribía, como en invierno, al casco urbano, eje central de todos nuestros juegos y andanzas. Junio levantaba la veda para adentrarnos en otra Villa: la de los paseos, ya no esporádicos como en abril o mayo, siguiendo a los pescadores hasta “Peña Rachada”, el molino de arriba por la carretera “general” o el pozo de “Las Chicas”. En estos primeros paseos de junio descubrías que las huertas del Sucubo o Las Vegas ya no eran terrenos yermos como en invierno. Tras la siembra de abril y comienzos de mayo, las plantas de la patata, “cebolo”, lechuga, pimiento, “fréxelos”, calabazas y un largo etcétera de verduras, comenzaban a vestir sus mejores galas, en una sinfonía de colores y aromas que alegraban el alma.
[+ en retratos de una época]