-Buenos días, Pepe…
-Buenos días, Josín…
-¿Qué haces?
-Estoy esperando a sacar del horno unas bandejas de pasteles y me voy a poner a preparar la limonada.
El “ritual” se repetía todos los años en fechas previas a la Semana Santa… En el obrador de la Confitería Ledo, el maestro pastelero Pepe Bermúdez se disponía a preparar la limonada que, posteriormente, sería pasto de estómagos de amigos, conocidos y varios clientes habituales a los que Pepe y Concha obsequiaban con una botella del preciado licor.
Con una parsimonia digna del mejor alquimista, Pepe vertía en una enorme perola de cobre dos cántaros de vino, a los que añadía unos cuantos kilos de azúcar y limones cortados en rodajas, higos y uvas “pasas”, canela en rama abundante… y el “secreto Bermúdez”… Todo ello bien mezclado y reposado para hacer la limonada más rompedora de la villa que yo haya probado nunca.
Afortunadamente, Pepe tenía un magnífico remedio para combatir la agresión que suponía para amigos y clientes su “bebedizo semanasantero”: unas magníficas almendras saladas que él mismo tostaba y salaba en el obrador. Almendras compradas en los Valtuilles y guardadas para la ocasión en sacos de arpillera.
[+ en retratos de una época]