Con estos pensamientos y de forma distraía subía la cuesta de la calle Jesús Adrán hasta la explanada delante de San Nicolás (por aquél entonces no había ni fuente "de Las Vacas" ni jardín dedicado al siempre admirado Beberide) y "allí se producía la gran sorpresa"
"Majestuosos, impresionantes, admirados hasta la veneración, allí estaban: Los Gigantes, mis Gigantes, los Gigantes que a todos los villafranquinos nos atraen como si del Flautista de Hamelín se tratase."
Desde aquél momento, el tiempo se detenía. La conjunción de Los Gigantes, las bombas de Mauríz, el volteo de las campanas de San Nicolás y la música de los Gaiteiros habituales (trum, purum, puntrúm, palillos de madeira) eran una mezcla lo suficientemente explosiva como para olvidarse de todo y de todos [......] El poder hipnótico de los Gigantes producía en mí tal impresión que ese día, sólo ese día en todo el año, en casa se me permitía llegar tarde a comer y, aunque no me lo hubiesen permitido, hubiese transgredido la sagrada norma. Lo que más me importaba era ir tras ellos [texto completo en RETRATOS DE UNA ÉPOCA]