Pérez Tremps: segunda lectura
COMO ayer anotábamos, el nuevo problema político de este país (España, quiero decir) se llama Pablo Pérez Tremps. O Tribunal Constitucional. O incierto futuro del Estatuto de Cataluña. O las tres cosas a un tiempo. La recusación del magistrado ha calentado más el ambiente político que el terrorista De Juana Chaos convertido en mártir por el periódico cabecera del grupo Murdoch, del que -¡ironías de la política!- es consejero don José María Aznar. «Solivianta a los partidos catalanes», decía ayer por la tarde la edición digital de La Vanguardia. Y ha sido la enésima piedra colocada en el camino del ya imposible entendimiento entre el gobierno de Zapatero y el partido que aspira a echarlo del poder.
Y, como aspira a echarlo del poder, el portavoz parlamentario del PP señor Zaplana lució ayer su mejor cara para disimular el entusiasmo que la recusación produjo en la calle Génova. Ésta es una pieza que vale su peso en oro. Si el Constitucional tumba el Estatut, el PP ya tiene hecho todo su discurso electoral. Sonará aproximadamente así: «Zapatero quería negociar con los terroristas, y los terroristas le han puesto una bomba en Barajas. Quería convertir a Cataluña en la primera de las naciones de la confederación española, y el Constitucional lo desautorizó. Los dos grandes proyectos de Zapatero han sido dos grandes fracasos». Elemental, querido Watson. Por esa razón, el mismo Partido Popular que recusó a Tremps no quiere ahora, por nada del mundo, que Tremps dimita como magistrado. Quiere que continúe, pero sin tocar el Estatut. Si dimite, hay que nombrar sustituto. Y, con sustituto, se restablece el equilibrio anterior. y al PP se le joroba su gran jugada filibustera. Si no pueden cargarse el Estatut por la fuerza de los votos y la contundencia de los argumentos, todo vale: lo cargarán por la vía de las personas. Por esa razón ins isten en que Pérez Tremps siga. Todo es una puñetera trampa en este país.
Ante ello, sólo sé decir: señores políticos, no estropeen más las cosas. No despidan más tufo interesado y partidista. Respetemos la libertad de Pérez Tremps, que podrá ser un recusado en este caso, pero da veinte mil vueltas intelectuales a la mayoría de quienes hablan en el Parlamento y escribimos en la prensa. Si desea dimitir, es libre de hacerlo. Y, sobre todo, cuando invoca la dignidad. Faltaría más. Si quiere seguir como magistrado, es libre de hacerlo y tiene todo el derecho. Y, si se produce su vacante, el gobierno tiene que cubrirla. Eso es la normalidad, dentro de la poca normalidad que podemos esperar en este escenario de venganzas y ambiciones políticas. Pero aquí no se busca la normalidad. Es mucho más miserable: sólo hay maniobras de poder